miércoles, febrero 15, 2006

Extraños cómplices

Hay días en los que los extraños se convierten en cómplices. No son muy usuales, pero a veces, cuando vamos por la calle y sucede lo inesperado, cualquier cosa, por ridícula (o no) que sea, algo que capta nuestra atención al instante, sentimos la necesidad de compartirlo, y cuando esto nos sucede estando solos, buscamos en los desconocidos alguien que haya captado también nuestro pequeño hallazgo, y, sin abrir boca, una breve mirada nos une en un efímero instante de humanidad. Otras veces, quizás por alguna extraña confianza que otra persona nos inspira, quizá por la euforia del momento, vamos más allá e invitamos a nuestro cómplice a ser interlocutor, para que el hallazgo no se desvanezca.
Hará cosa de un par de meses, temiendo que el frío invierno me congelara las ideas, me dispuse a adquirir un fantástico aparato que generara calor (antes estufa, ahora: radiador, calefactor, climatizador...). Después de recorrer unas cuantas tiendas escuchando un montón de comerciales utilizar un extenso vocabulario técnico (técnica de venta mediante la cual el comercial intenta provocar un "K.O." en el procesador del cliente, y enchufarle la venta antes de que reinicie), sin llegar a descubrir cuál iba a consumir menos y calentar más, entré en la que decidí sería la última tienda del día.
Una eufórica dependienta de unos ventitantos (maquillada para salir en alguna peli de faraones) se acercó y desplegó todo su arte de encantadora de serpientes, ampliando lo ya sabido con reveladoras informaciones: la capacidad del aparato de recoger y esconder el cable "solo", y las fantásticas ruedas incorporadas (me pregunté si regalaban alguna cadena a conjunto para sacarlo a pasear y, de ser así, cuantas veces al día tienes que sacar tu estufa a pasear?!); llegado este punto pensé que era mejor comprar antes de que se me ocurriera un nombre para llamarlo, la dependienta había vencido!!
Me disponía a comunicarle mi derrota, cuando el destino quiso intervenir. Noté una presión en el brazo y, mientras intentaba saber qué estaba irrumpiendo en mi espacio personal, la oí susurrarme algo que, por lo extraño de su comportamiento, era incapaz de entender. Miré mi brazo, me tenía agarrada con fuerza, levanté los ojos buscando alguna información que me sirviera para entender su proximidad, pero su resplandeciente rostro tenía los dos ojos en trance y la boca entreabierta, dejando ver lo que en breve sería una auténtica babilla resbalando por el labio. El terror se apoderó de mí! Tenía una faraona babeante, que no conocía de nada, colgada del brazo, y era incapaz de entender la situación. Inspiré fuerte, intentando hiperventilar, a ver si un buen chute de oxígeno en mi cerebro contribuía a desvelar el misterio, y solté un tímido: -¿Qué?- (por si algo de lo que estaba diciendo la chica tomaba sentido). Y lo tomó: -Vaya pedazo de tío! Míralo! Míralo! El que acaba de entrar! A éste yo le hacía lo que me pidiera y más! Pedazo de polvo que tiene el cabrón! Míralo! Míralo!-
Me dí la vuelta y allí, a contraluz, con la cortina de aire de la puerta alborotándole el pelo, lo ví. Metro ochenta de elegancia y estilo, la ropa, con un toque de informalidad de perfección estudiada, dejaba entrever ese exquisito cuerpo atlético, justamente moldeado, sin excesos hormonales ni delgadeces insustanciales; ojos de gato viejo, mirada interesante, segura y con una pizca de picardía. La barba de tres días remataba la inmejorable puesta en escena de esa espectacular criatura.
Al fin lo entendía todo! La dependienta, seguramente más que harta de estufas y aparatitos, decidió olvidar por unos minutos su rol de vendedora para invitarme, como chica, joven y posiblemente soltera, a ser su interlocutora "cómplice". Acepté gustosa la invitación y decidí que por esa mañana adoptaría un rol de super mujer, super liberada y super entendida en materia y, con cierto aire de prepotencia resignada, dí la vuelta y me limité a pronunciar una sola palabra: -Gay.--¿Tú crees?- dijo su voz, implorando clemencia.
Miramos hacia el chico en busca de cualquier señal que desmintiera la cruda realidad y la recibimos como un gigantesco piano cayendo sobre nosotras (un enorme piano de cola, claro): otro chico se le había acercado por detrás y, dándole la mano, habían salido por la puerta dejando tras ellos silencio y desolación.
-Sí, es gay. confirmé absurdamente. Y seguimos hablando de las estufas, porque con lo difícil que resulta encontrar pisos con calefacción en Barcelona y lo fácil que es que cualquier tío que te haga subir un poco la temperatura sea gay, al menos las estufas, a parte de calentar, te las puedes llevar a casa.
Felicidades Jose(cifra25), este va por ti que puedes disfrutar de tanto Adonis, un beso.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Mi queridísima Rachel, gracias miles por ese nuevo retazo de tu atribulada vida, sabes que realmente los adoro. Y gracias también por la dedicatoria, todo un honor :P:P
Nos vemos pronto y hablamos, un besazo enorme y... buen viaje!
Jose.

Jack dijo...

...buena historia...la verdad es que a mi siempre me ha dado un poco de rabia esta gente que te quiere hacer partícipe de sus conversaciones...normalmente me sucede en alguna cola para conseguir algo...como siempre acabo pareciendo borde...y lo soy...cuando quiero...bienvenida al mundo blogger